10 marzo, 2013

Final

Yace sobre las sábanas rosas un cuerpo nuevo y diminuto, 
perfecto para sumergirlo en el fango de las miserias. 
Atravesaron su tráquea una y otra vez con un antiguo micrófono, 
un tiempo después parió más de mil doscientas palabras en una confesión. 

Intenté salvarla, 
pero prefirió dejarse matar por las manos de la vida siguiendo sus propias indicaciones desacertadas.

Veo a su madre maquillar cada mañana sus cicatrices y heridas frescas, 
evade las piedras de su sendero... 
le basta con su pedazo de lodo para tropezar y hundirse hasta no poder respirar. 

La abrazo sin que lo note mientras cientos de luciérnagas iluminan sus desgracias para que vea bien y tome la mejor decisión sobre qué mierda debe pisar ahora.


Al final ese es el único paso que no podemos evitar.

En su cielo brillan siete estrellas y se dibujan cuatro planetas, 
pero son sus patas de cabra lo que la guían. 
Penetra catéteres en sus alas para sentir cómo el viento la traspasa, 
tiene una bolsa de cuero donde guarda colores y sonrisas para cuando necesite maldecir a alguien vivo. 
Cada vez que puede consume caramelos de yerba santa y exhala arcoiris en la cara de los transeúntes que anonadados la ven pasar acabada, pero sin lágrimas adornando su rostro.

Yo lloro por ella.

Paso días enteros con sus noches vigilándola, sus muñecas no resisten más y ahora pretende inyectarse ideas nuevas. La levanto del cielo y trato de impulsarla, como si estuviese enseñándole a cabalgar un unicornio, pero no se deja. 
Me patea con sus pezuñas y me escupe ácido. 
Es una completa aberración rodeada de ángeles y dioses.

He escrito dos libros con su infierno, he narrado las veces que abría su museo sólo para satisfacer a los demonios mientras ella le cantaba a la Pachamama, 
cuando no dejaba de inhalar los saleros de los restaurantes en los suburbios del purgatorio, cuando le daba nalgadas a la muerte sólo para correr a esconderse entre cadáveres,
eso le hacía sonreír la espalda,
cuando resbalaba por el pecho de la tentación disfrutando cada espina que se enterraba entre sus dedos, 
cuando se adornaba de santos para ir a visitar al diablo.

Colecciona cuerpos descalzos, les arranca la cabeza y las guarda en su gran vagina, cose las lenguas sobre la suya, se tatúa orejas para que su cuerpo pueda escuchar lo que ella no, se obliga a crecer y no acepta que sigue envuelta en las sábanas rosas.

Entretengo a la muerte cada vez que tengo una oportunidad, me cuelgo de algún edificio sepia y muevo las nubes grises para adornar un poco el ambiente, como le gusta.
Pero los huesos saben que deben ser enterrados antes de que sus huevos germinen las semillas de esperanza. Va rayando las paredes con sus uñas, se ha cansado de ser migaja y busca evolucionar a una hija de puta.



El final feliz es inevitable.

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