"Dio su primer paso en la tarde y Mauricio, su padre, no dejaba de sonreír..."
La sombra del sujeto extraño se aferra a las paredes de ladrillos e intenta desaparecer en cada esquina iluminada, como si estuviese huyendo de algo que no soporta más.
Su larga cabellera negra lo hace ver peligroso y sus tatuajes combinan con las palabras soeces que entran a sus oídos y carcomen sus recuerdos de la infancia.
Va silbando una canción mientras que sus ojos gritan que esta vez el viaje sí es bueno,
ha pasado ya tres noches hablando con los desconocidos
y siempre repite que no merece el perdón,
que su única diosa es la noche
porque cada día le da una oportunidad nueva.
Yo soy ateo,
repite cuando le preguntan por Jesús.
Yo soy ateo... no creo en el infierno ni en el cielo;
el karma es mi justiciero, todo se paga en vida.
Con un par de palabras suele dejar en estado de coma a las mentes ortodoxas,
sabe exactamente cual es el truco de la muerte
y lo que debe hacer para evitar cualquier señal de salvación.
Camina sobre las nubes y es amable con todos... incluso con él.
Castiga en la esquina de la habitación a lo que queda de su consciente para romper la tranquilidad virginal de la religión de su madre y penetrar salvajemente más de tres veces continuas para ser escuchado.
No es capaz de lastimar a ningún animal,
pero lleva una lista larga en forma de estrella guindando de su cuello con los nombres de las personas que han muerto gracias a él.
No se arrepiente.
Cada mañana se enfrenta,
con los ojos cansados,
a los gritos bíblicos de su abuela.
Asegura que la muerte es la silueta de una bella mujer corriendo semidesnuda en un campo, una mujer que sonríe y mira hacia atrás mientras corre contra el viento pidiendo ser perseguida... prometiendo el placer inimaginable de la carne y la felicidad eterna.
Por eso no le teme y trata de asegurar, a su manera, el encuentro con aquella indescriptible sombra.
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