17 septiembre, 2020

Viajeros

Tantos libros viejos olvidados,
tanta historia sin ser contada en la memoria,
la gente va gritando sus sueños...
Y aquí ya no hay quién los oiga.

 

Apaga la luz de la habitación que lo vio nacer,
la apaga y con ella sus ojos también dejan de iluminar.
Hace a un lado el frío que congela sus manos y
repasa varias veces lo que debe hacer.

Un beso en la frente no bastará para sentir la compañía
de ella todo el tiempo, 
pero sí es suficiente para evitar el dolor de la despedida.

Valor, sueños, fuerza... es lo que llevará en sus hombros.

Camina la madrugada de su pueblo a pasos cortos,
tratando de memorizar sus lugares favoritos,
los olores de su infancia,
los ladridos de los perros que asustados lo ven pasar.

Se aleja en el barco y llega el mareo de alta mar,
es la Madre Tierra haciéndole saber que no hay poder
humano que luche contra los designios de ella,
que quiere ver a su hijo donde lo parió y no donde él
necesita estar.

Su advertencia pasa desapercibida porque es la esperanza
la que se ha apoderado del lugar.


Miles de millas son navegadas mientras los ocupantes,
apretados y sudados, suspiran al sentirse envueltos en 
una nueva vida.

Hambre, sed, incertidumbre, miedo, ansiedad... nada los detiene.

Comparte agua santa y corea los cánticos religiosos para no darse por vencido, 
para olvidar el mal rato,
para olvidar los malos días que lleva en mar abierto,
para olvidar la mala vida de la que está huyendo.

Canta alto para no escuchar los gritos desesperados
de aquellos que no lograrán completar el viaje.
No hay nada que pueda hacer.

Cae el ancla y renacen las sonrisas,
cae el ancla y despierta de su pesadilla,
cae el ancla y cae consigo la vida.

Baja presuroso,
se lanza por la borda e intenta nadar,
pierde sus pertenencias y eso es lo que menos importa.

Ha llegado el momento que tanto esperó.

La abrumadora nueva patria lo recibe con los brazos abiertos,
con una gran sonrisa y una maleta cargada de prejuicios,
invisibilidad, amenazas, xenofobia, golpes e insultos.


Ahora es cuando inicia el verdadero viaje.


La amabilidad y empatía de algunos seres le permiten
sacudirse el pasto, la arena y los miedos.
Ha decidido caminar en tierra firme.
Recuerda que no hay nada que lo detenga cuando cierra 
sus impactados ojos y ve la sonrisa de su madre.

Los otros no saben que lo difícil de partir de tu tierra 
no es el viaje, sino el destino.
No saben lo duro que es alejarse de la familia para intentar
mantenerla con vida entre tantas desgracias compartidas.


Nadie nunca sabrá lo duro que es ser un viajero por obligación y desesperación.
Nadie nunca sabrá qué sucedió con los cuerpos caídos en alta mar.
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