26 septiembre, 2013

24.09.13

Caminó hacia la esquina de la habitación, 
tan pequeña, 
tan desnuda... 

Recogió la última verdad dicha y se la tragó,
como si alguien tuviese la capacidad de olvidar todo lo que se dijo. 
El foco seguía parpadeando. 
La comida seguía caliente sobre la mesa.

La nube de humo iba alborotando la grandiosa idea de saltar por aquella ventana abierta,
 como si fuese una señal divina que resolvería todo y le daría felicidad. 
A pasos dolorosos logró apagar la estufa antes de que las llamas se apoderaran de la casa, 
y lanzó por la puerta toda prueba de amor.

Prefirió dejar aquel insulto fuerte sobre la cama. 
Al final algo debía quedar allí después de tanto tiempo.

Mientras se desvanecía el cuerpo, 
su alma intentaba bailar una especie de cumbia fornicadora con la vida, 
la desesperación llegó para darle un masaje en la sien y encenderle un cigarro,
trató de hacerle más intensa la espera.

Ha sucumbido ante la presión de la mirada de la muerte y de la vida misma. 

Yace navegando en el mar inquebrantable, 
en el mar fuerte, 
en la prueba del orgasmo del cielo. 

Acostada, 
reposando, 
se deja llevar por las olas que la alejan cada vez más y
pierde su aliento al ritmo de la corriente.

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