Los días pasaron enredados como cabellos de demonios en un paraíso correntoso, noches enteras sirvieron de escenario para fabricar con amor recuerdos inolvidables mientras el reloj marcaba el ritmo de las caderas incansables y los gemidos se convertían en el nuevo sonido de los segundos.
Sin avisar y con fuerza logró sumergir su mano en un charco de placer, sintió cómo se apretaban los músculos del corazón y borró abruptamente el pasado confuso, dejó claro que todo lo que había sucedido antes se convertiría en nada desde ahora... desde que sus dedos lograron entrar en su alma.
El seño fruncido, los ojos cerrados, la boca entreabierta mostrando sus blancos dientes, el corazón latiendo a mil, un cuerpo sudoroso temblando y varias palabras tropezadas formaron el conjunto perfecto para convertir ese momento en una eternidad dentro de sus mentes.
La gente asombrada miraba a través de la ventana, con desconcierto, a dos seres bañados en sangre amándose con brutalidad y rapidez. Dos seres alquimistas capaces de transformar sus sonrisas en orgasmos intensos y sus lágrimas en promesas puras.
Astutamente utilizan el silencio como su mejor aliado para disfrutar de los susurros al oído, al cuello, al alma... susurros que vibran por toda la piel, recorriendo los sentidos, erizando el corazón y los pechos.
Desequilibrados de tanto amor cayeron los cuerpos rendidos de placer, cayeron en los brazos más suaves que jamás sintieron, cayeron en los besos más dulces, cayeron a los pies del romanticismo... inevitablemente sucumbieron ante sus ganas de ser para siempre lo que son hoy.
Amasan con sus manos el deseo de poder ver esos ojos llenos de vida y muerte, aún sabiendo que el reloj no marca la hora real, sino los minutos que quedan para golpearse con la inevitable despedida.