30 mayo, 2019

Irreal


Entró como dueña del lugar, pateando a los diablos dormidos y regando con su cola los saleros de las mesas de aquel infierno para entretener a los obsesionados y poder así continuar con su juego de vida y muerte.
Ha llegado y no pretende irse.

Baja disimuladamente su vestido como si lo que llamara la atención fuese la ropa y no su boca.
Deja amablemente que los otros se disputen las palabras que vomita su garganta para que crean que es una conversación... le da una nalgada a la muerte y continúa su rumbo.

Ella sabe hacia dónde va.

No camina ni vuela, se empuja abruptamente por los poros de la piel y se arrastra entre el sistema respiratorio para ir regando lecciones de vida dentro de los cuerpos inertes.
Las colecciona.

Él sentía claramente cómo la sal iba quemando y poniéndole sabor a sus venas; 
ese ardor lo impulsó a alzar la mirada por primera vez en un intento desesperado por gritar.

Fue ahí donde tropezó de forma errónea con esa provocativa boca, 
que no hacía más que lanzar fuego al azar para castigar a los que no merecen su olor.

Decidió ayudarla, pensando que habría forma de curar el pasado, 
creyendo que ella quería ser salvada. 
Grave error cometió en su mente.

Su corazón se aceleró al recibir en sus ojos la mirada de ella.
Su sangre se espesaba de a poco impidiéndole pensar con claridad… 
Él se había olvidado de la limosna que ella regó sobre la mesa y 
pensó que su corazón le gritaba amor. 
Se olvidó de su calidad de obsesionado, quiso jugar otro rol.

Se acercó, ella no hizo más que levantarse de entre los cuerpos salados… sacudiéndose la culpa y los escombros. Avanzó sin remordimiento entre los inertes y escupió su verdad.

Él se fracturó el cráneo y tuvo un duro golpe en el miocardio por el impacto de los consejos de la muerte... cayó lentamente a los pies de ella y no volvió a levantarse.
Ella continuó su camino fingiendo calidez, fingiendo vida, fingiendo felicidad.